domingo, 26 de mayo de 2013

EL SÍNDROME EXTRATERRESTRE

Este texto es de Paco Mármol, que fue leído ayer en un acto cultural celebrado en Puerto Real (Cádiz).  Muchas gracias por dejar que lo publiquemos.




M, UN EXTRATERRESTRE

M no es de este mundo. No recuerda cuándo llegó aquí, ni cómo acabó viviendo en la familia con la que comparte casa, comida y vivencias. No sabe si sentirse afortunado por ello o si, por el contrario, está pagando alguna penitencia pendiente de vidas anteriores. M no lo tiene claro, se siente dubitativo, en ocasiones hasta asustado, y camina por la vida con la cabeza llena de cosas que no entiende.

Un buen día le llegó la conciencia. De pronto comprendió -o no- que se acababan sus años de juegos, su casi absoluta exención de responsabilidades verdaderamente serias. El privilegio que supone la infancia de cara a los demás saltó hecho añicos de la noche a la mañana y M empezó a cargar con una etiqueta más a la espalda; ahora era un adolescente. Una etiqueta más que, por supuesto, jamás entendió.

En su mundo, de donde él venía, no había etiquetas. Eras lo que eras, eras quien eras y punto. Lo demás estaba de más. Pero ahora no estaba allí, estaba aquí, y tocaba vivir entre sus iguales, aunque, en realidad, todavía no sabía si verdaderamente tenía iguales a su alrededor. M tuvo que aprender a convivir como quien aprende las reglas del ajedrez. Fue así como se descubrió a sí mismo riendo chistes a los que no le veía la gracia, pero ante los que todo el mundo explotaba en carcajadas y, por tanto, también él tenía que reír si quería ser uno más. Así se encontró adoptando modales y estrategias sociales que todo el mundo compartía y con las que, quizás, algún día lograría moverse entre los demás pasando totalmente desapercibido. Aprendió a sonreír cuando había que sonreír, a mostrarse triste cuando los demás también se mostraban tristes, a respetar los turnos de palabra, a ceder el asiento en el autobús. Aprendió -con mucho esfuerzo- a mirar a los ojos de los demás cuando le hablaban, aunque su cuerpo y su mente le pidieran volver los ojos hacia adentro y poner toda su atención en el sonido, porque en una conversación lo que importan son las palabras y las palabras se oyen, no se miran.

M llevaba una vida artificial, una vida que no le era propia, que no era suya. No era la vida que querría vivir si aún permaneciera en su mundo. Su único consuelo llegaba cuando cada noche, después de cenar con su familia, ducharse y cepillar sus dientes, se perdía en la soledad de su cuarto, a solas -por fin a solas-, y, sin que nadie le viera, apartado de las miradas extrañas, se desprendía de esa mochila de comportamientos y reglas sociales con la que cargaba todo el día y que no le dejaban ser quien verdaderamente era. Solo entonces se sentía libre, ligero, volátil, casi gaseoso, y podía disfrutar de sus cosas, de sus libros, sus vídeos, de sus conversaciones privadas consigo mismo -nadie mejor que él para comprender cuánto sufría realmente-; solo entonces M era realmente M.

M no es ningún extraterrestre. Es un chico de 16 años, un adolescente y tiene Síndrome de Asperger. Como él, montones de chicos y chicas pasean a nuestro alrededor cada día, montan en los mismos autobuses que nosotros y compran el pan a nuestro lado en la panadería. Podría haber dicho que es uno más, como tú o como yo mismo, pero esa es la cuestión. M es diferente, simplemente diferente. Ni mejor ni peor. Diferente. Pero no por eso menos digno de que sus derechos sean respetados. Están aquí, entre nosotros, y de nosotros depende que no carguen todos los días con pesadas mochilas repletas de convencionalismos absurdos. No nos piden nada, solo respeto, que les dejemos ser como son. No es tan difícil.


Esta historia me ha recordado este corto animado que vi hace unos meses... 


Cada historia, a su manera, me recuerda la necesidad de echar puentes con nuestros Aspis, de ayudarles a entender el mundo en que han nacido y  de descubrirse a si mismos como seres maravillosos y únicos, llenos de valores y capacidades, con muchas más cosas en común con el resto de la humanidad de las que sienten.

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